· Señaló Humberto Olvera Quezada, integrante del grupo de la Facultad de Ciencias que realiza estas investigaciones
· La idea es usar ese animal como bioindicador de aguas contaminadas, explicó
· Muestra las malformaciones que producen ciertos agentes químicos, agregó
Especialistas de la Facultad de Ciencias (FC) de la UNAM utilizan el pez cebra, que normalmente es de ornato, como modelo para Toxicología. La idea, explicó Humberto Olvera Quezada, es emplear ese animal acuático como bioindicador de aguas contaminadas.
Precisó que si bien esta especie ya se ha usado en áreas como la Biología Molecular y la Genética, ahora se traslada toda la información sobre él para aprovecharlo como indicador de teratogénesis, es decir, malformaciones producidas por ciertos agentes químicos a los que se exponen diferentes formas de vida durante el desarrollo embrionario.
Durante la conferencia El uso del pez cebra (Danio rerio) como Modelo en Toxicología Acuática, en la Sala Sotero Prieto del conjunto Amoxcalli de la FC, destacó que este trabajo se realiza en colaboración con las universidades autónomas del Estado de Hidalgo y de Morelos.
Se coloca al organismo dentro de un medio que contiene algún tipo de sustancia química; a la hora de someter el embrión (cuyo huevo es transparente, lo que permite seguir su desarrollo), se observa en qué momento aparecen esas deformaciones. Los resultados pueden extrapolarse a los seres humanos, detalló.
Entre las ventajas del modelo se encuentran la sensibilidad que ese organismo muestra a dichos elementos, como metales pesados, clorofluorocarbonos y derivados de petróleo, entre otros; la gama de estos contaminantes es amplia, aseveró.
También, consideró, es un prototipo práctico, porque resulta fácil sostener y reproducir esos peces. Asimismo, es económico, pues no se requiere de infraestructura y condiciones sofisticadas para su mantenimiento.
De los resultados obtenidos, Olvera Quezada mencionó que manejan ya algunas partes del cuerpo de estos animales como marcadores, siendo las más sensibles la columna vertebral, las aletas ventrales y dorsales sobre todo, y el corazón.
En la FC, indicó, han analizado metales pesados como mercurio, cadmio y cromo, así como algunos herbicidas que se emplean para control de plagas en cultivos que, a la hora del riego y la lluvia, se deslavan yéndose a los ríos. La cuestión, resaltó, es que aún cuando se diluyen, la persistencia de esos agentes en el medio ambiente puede ser por un mínimo de siete días y durante ese tiempo dañar la biota natural.
Adicionalmente, hay muchos casos, comentó, sobre todo de organismos acuáticos, donde hay bioacumulación de agentes químicos, como por ejemplo, los camarones, los ostiones y la jaiba. A éstos no les pasa nada, pero cuando una persona los ingiere “es una pequeña cápsula de metales pesados que puede afectar su salud”.
Por ahora, sostuvo, falta confrontar este modelo con otros ya probados y ver qué tan bien responde. Hay muchos organismos que se usan como bioindicadores, como la trucha y algunas algas. De ahí que convenga hacer una estandarización de todos los métodos y especies empleados.
Por su parte, Francisco Solís Marín, del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, ofreció la conferencia Estudios de Equinodermos de México. Al igual que muchos otros grupos marinos, señaló, aquellos han recibido poca atención por parte de los especialistas y de la sociedad. A este grupo pertenecen las estrellas, erizos y pepinos de mar.
De dichos organismos invertebrados, explicó, se conocen alrededor de siete mil especies repartidas en 23 clases y tres mil 107 géneros. Es un viejo linaje, pues se sabe que existieron en el Precámbrico; se tiene noticia de 16 clases extintas y son excelentes fósiles.
Se encuentran en todos los mares, profundidades y latitudes, agregó. Pero sobre todo viven en los arrecifes de coral. Son dominantes ecológicos, es decir, especies que por su simple presencia o ausencia pueden causar cataclismos en el medio ambiente. Los hay también de diversos tamaños: de dos milímetros ya adultos hasta varios metros de largo, concluyó.
Fuente: Universidad Nacional Autónoma de México (Boletín UNAM-DGCS-725)
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