domingo, 2 de marzo de 2008

UTILIZAN EN LA UNAM NOVEDOSAS TÉCNICAS PARA ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS



· En la zona de Tlatelolco colaboran para encontrar un escudo de armas de Carlos V, perdido desde el Siglo XVIII, explicó el secretario técnico del IIA, Agustín Ortiz

· Se han realizado varias pruebas de radar de penetración sobre el muro, con ayuda de antenas de 900 y 400 MHz, que permiten distinguir la morfología del mismo, agregó

· Buscan “hacer transparente” el suelo o los muros, como si fuera una radiografía para estudiar lo que está enterrado o escondido y, de esta manera, optimizar la localización antes de la excavación, apuntó

Integrantes del Laboratorio de Prospección Arqueológica del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, utilizan técnicas geofísicas para estudiar el subsuelo y las estructuras prehispánicas y novohispanas, antes de su excavación, y contribuir a la reconstrucción de la historia.

Se trata del caso de la zona de Tlatelolco. Ahí, los universitarios colaboran para encontrar un escudo de armas de Carlos V, que al parecer se ubicó en un muro de principios del siglo XVIII, construido por el fraile Juan de Dios Rivera, que en aquel entonces reparaba las ruinas y vestigios de lo que fue el Imperial Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco. Al encontrar el escudo, trató de protegerlo de la destrucción embebiéndolo en el muro reparado, cuya localización se perdió con el paso del tiempo.

Ahora, gracias a este trabajo, el emblema podría ver de nuevo la luz, si éste se localizara dentro de una pared que actualmente divide la llamada “caja de agua” del antiguo Colegio y cuya conformación es distinta a los demás muros.

Los especialistas de este Laboratorio han capacitado a personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia en el uso e interpretación del radar de penetración terrestre. Gracias a ello, bajo la dirección del responsable del proyecto Tlatelolco, Salvador Guilliem, fue posible el descubrimiento de anomalías al interior de varias estructuras del sitio, particularmente en la etapa II del Templo Mayor tlatelolca, que data de 1390, y que presenta gran semejanza con su homóloga de Tenochtitlan.

Asimismo, desde hace varios años participan en las investigaciones que se llevan a cabo en la Casa de las Águilas del Templo Mayor y actualmente en el sitio donde fue descubierto el monolito de Tlaltecuhtli, con la finalidad de localizar alguna posible cámara mortuoria o de ofrendas, mediante el uso de técnicas geofísicas.

En Tlatelolco, se han hecho varias pruebas con radar de penetración del muro, con ayuda de antenas de 900 y 400 MHz, que permiten distinguir su conformación y materiales constructivos. Ahí, se detectó una “anomalía” que podría corresponder a la insignia del rey, explicó el secretario técnico del IIA, Agustín Ortiz.

El arqueólogo expuso que estudios previos y fuentes documentales parecen sustentar la hipótesis de que ahí se encuentra el escudo perdido y cuya heráldica sería parecida a la utilizada en la famosa fuente de “Salto del Agua”, en la antigua avenida del Niño Perdido.

En ese mismo lugar se encontró una receptoría de agua potable construida en los albores novohispanos para el sustento de la población indígena radicada en Tlatelolco y que fue decorada en su interior con pinturas similares al Códice Florentino, al Azcatitlan y al Badiano, es decir, con diseños europeos pero “a la manera prehispánica”, agregó.

El muro estudiado se encuentra por encima del depósito de agua, es decir, la construcción fue posterior al mismo; sin embargo, puede observarse que no es de carga, sino divisorio y que su conformación es completamente distinta a la de los demás, tanto en forma como en dimensiones. Por lo tanto, se cree que podría tratarse del que restauró el fraile y que contiene el escudo perdido.

Los trabajos, que ya dieron comienzo, podrían confirmar la hipótesis. Sin embargo, aclaró, “fotos antiguas del Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco atestiguan que alguna vez existieron arcos, que fueron cerrados por herrería primero y posteriormente tapiados. Por tanto, cabría la posibilidad de que la anomalía detectada pudiera estar representando uno de estos tapiajes posteriores del muro divisorio”.

La técnica de radar, proveniente de las ciencias de la Tierra, tiene como objetivo “hacer transparente” el suelo o los muros, como si fuera una radiografía. Permite ver lo que está enterrado o escondido, y de esta manera optimizar la localización y, posteriormente, la excavación proporcionaría el dato cronológico, expresó Ortiz.

El Radar de Penetración Terrestre (GPR, por sus siglas en inglés) es un método geofísico que utiliza pulsos de radar de imagen del subsuelo. Es un procedimiento no destructivo que emplea la radiación electromagnética en la banda de microondas (frecuencias UHF / VHF) del espectro radioeléctrico, y detecta las señales reflejadas de las estructuras del subsuelo. Puede identificar objetos, cambios en los materiales, huecos y grietas, obteniendo con ello, una zona de estudio bien delimitada, donde hay mayor posibilidad de encontrar vestigios.

La antena transmisora irradia pulsos cortos de alta frecuencia (por lo general, polarizada) de ondas de radio en el suelo. Cuando la onda golpea un objeto enterrado o una frontera con distintas constantes dieléctricas, la antena receptora registra las variaciones de la señal reflejada de regreso.

Las antenas que utiliza el georradar pueden ser de 200, 400 o 900 MHz, dependiendo de la profundidad de lo que se quiera encontrar y de las condiciones de humedad o de salinidad del suelo, refirió. En promedio, se podría decir que la de 900 penetra los primeros 50 centímetros; la de 400 alcanza dos metros, y la de 200 hasta cuatro metros de profundidad. Permite no sólo ubicar los elementos o capas, sino también determinar sus dimensiones y su ubicación.

En la realización de estas pruebas, destacó el experto, la retroalimentación con información arqueológica e histórica es fundamental para la interpretación.

El laboratorio de Prospección Arqueológica del Instituto de Investigaciones Antropológicas, está conformado por Luis Barba, Jorge Blancas y Agustín Ortiz.

Créditos: Universidad Nacional Autónoma de México (www.unam.mx)

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