· Felipe Torres, del Instituto de Investigaciones Económicas, dijo que en los últimos 40 años el poder adquisitivo se deterioró cerca de 70 por ciento
· Una familia de cinco miembros debe disponer de tres salarios mínimos para satisfacer la canasta básica, cuyos componentes, además, no son óptimos, advirtió
· Se ha tendido a consumir más carbohidratos y azúcares, que dan energía pero que no tienen niveles de proteína importantes, sostuvo
El 40 por ciento de la población mexicana vive con desnutrición o con algún grado de deterioro alimentario; de ellos, 25 millones están en condiciones críticas, aseveró el académico del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc) de la UNAM, Felipe Torres Torres.
En los últimos 40 años el poder adquisitivo de las familias se deterioró cerca de 70 por ciento, mientras que la canasta básica se encareció hasta tres salarios mínimos a lo largo de ese periodo, afirmó.
Además, las características de sus productos se han ido restringiendo. Antes, señaló, se conformaba de carne, huevo, leche, granos, frutas y verduras; ahora se ha estrechado cada vez a menos satisfactores en su mayoría de baja calidad.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), 13 millones 933 mil personas ganan de uno a dos salarios mínimos, es decir, el 32.5 por ciento de la Población Económicamente Activa, divididos de la siguiente forma: cinco millones 273 mil trabajadores perciben hasta un salario mínimo y 8 millones 660 mil de uno a dos diarios.
Ello significa que una familia de alrededor de cinco miembros debe disponer de tres salarios mínimos para satisfacer esa canasta, cuyos componentes, además, no son óptimos. Incluso, dijo, ha debido reducir cantidades por el incremento de precios.
El caso de la tortilla es emblemático: en 2007 el producto se incrementó en más de 20 por ciento y existe la amenaza de que aumente todavía más. La población tiene problemas en términos de su ingesta, advirtió.
Por lo menos la mitad de mexicanos se encuentra en riesgo alimentario por carencias en el ingreso, que generan subconsumo y niveles de desnutrición aguda. Aunque también hay peligros para la salud por una dieta empobrecida y desbalanceada con la proliferación de enfermedades que causan mayores gastos, aseguró.
Junto con este fenómeno también empeoran los niveles educativos, de oportunidades y de bienestar de la colectividad, y se llega a situaciones límite, como el que México ocupe uno de los primeros lugares de obesidad en el mundo. Ello está asociado a las condiciones de deterioro de la alimentación, indicó.
Se ha tendido a ingerir más carbohidratos y azúcares, que dan energía pero que no tienen niveles de proteína importantes. Ello incide directamente en la acumulación de grasa en el cuerpo. La gente consume preferentemente tamales, atole, frijoles, tortillas y refrescos –es decir, aguas carbonatadas con endulzantes–, y algún componente adicional como arroz, frijol y refinados en panes industrializados.
La población no “está gorda en términos de bienestar”, sino como incremento del tejido adiposo. Ello ha llevado al repunte de enfermedades que antes no estaban presentes como problemas de salud pública en México, entre ellas la diabetes, recordó Torres.
El costo en términos del presupuesto médico es “considerable”. Mantener un diabético en los sistemas de salud resulta mucho más oneroso que si esos gastos se pudieran destinar a un programa de mejoramiento de las condiciones alimentarias, argumentó.
De acuerdo con los estudios realizados por el especialista sobre las dimensiones del problema, el 40 por ciento de la población presenta algún grado de deterioro e inseguridad alimentaria o de desnutrición, sea económica, moderada o alta por la condición alimentaria, refirió.
Dentro de ellos, alrededor de 25 millones están en condiciones críticas, ubicados fundamentalmente en el sector rural. Con el 80 por ciento de ese segmento en franca penuria alimentaria y, en contraparte, la población urbana lo padece en 40 por ciento, añadió.
El reto para la seguridad alimentaria interna, visto como el acceso al consumo de producción agropecuaria, consiste en conseguir alimentos suficientes a bajo costo, garantizar el abasto y su obtención, una disminución regional del crédito en básicos y medidas proteccionistas temporales y diferenciadas que frenen el embate de la apertura comercial sobre esquemas no competitivos, detalló.
Para sostener una política de crecimiento es necesario un sector fuerte a fin de apuntalar otros. Ahora se tienen, sostuvo, fronteras abiertas pero sin una agricultura fortalecida, y con la ausencia de una política para enfrentar esta situación.
No se puede ser competitivo porque no hay inversión en el campo ni a nivel tecnológico; no hay gente que pueda producir porque se fomentó esa política de abandono, explicó el economista. Para ello, se requería recuperarlo como sector estratégico.
Empero, el campo no puede ser sólo proveedor de alimentos básicos, sino un espacio industrial que fomente el empleo y el ingreso, ayude a ensanchar el consumo y mejore los niveles y condiciones alimentarias para un mejor desempeño intelectual, educativo, apuntó.
Una proyección de las necesidades hacia el año 2020 requeriría de por lo menos 25 por ciento más de alimentos. La meta no está en condiciones de cumplir con el actual esquema: no por falta de espacio, infraestructura o soporte humano, sino de competitividad ante los costos y precios internacionales, y porque la política sectorial insiste en una estrategia exportadora que no compensa con divisas las necesidades internas de granos, oleaginosas, leche y carne, concluyó.
Fuente: Universidad Nacional Autónoma de México
No hay comentarios:
Publicar un comentario