Esos espacios han sido declarados obsoletos en los países desarrollados y en México los que funcionan, de acuerdo con la norma oficial respectiva (NOM-083), “se cuentan con los dedos de una mano”. Empero, son más sus desventajas que aspectos positivos, como el alto costo de construcción y manejo, y la permanente e irreversible pérdida de suelos, aseguró Sergio Palacios, del Instituto de Geología (IGL).
La problemática surge de la confusión persistente entre la población que considera como “basura” a todos los desechos generados a diario en los hogares, en las escuelas u oficinas, mezclados en un solo contenedor
En contraste, se considera residuos a aquellos materiales que están separados en diferentes recipientes para su manejo, aclaró Irma Rosas, directora del Programa Universitario del Medio Ambiente.
Esa acción, sumada a otras como la concientización de la gente para que reduzca sus residuos, son los primeros pasos para enfrentar este problema que crece día con día. Al tiempo, “habría que dejar de pensar en la construcción de más rellenos sanitarios”, reiteraron los científicos.
Por toneladas
La generación de los residuos en
Aunque, comentó Francisco Gutiérrez, del Departamento de Ingeniería Sanitaria y Ambiental de
En su mayoría, tales desechos son depositados en rellenos como el del Bordo Poniente, ubicado en el Estado de México, a punto de clausurarse. Inició su operación en 1985 y concluyó sus primeras tres etapas en 1993. La última (IV), con una superficie de
Según
Además, explicó Lizett Rivera, también de
Rellenos sanitarios
Para Neftalí Rojas, investigadora del Instituto de Ingeniería, un relleno sanitario es un lugar de disposición final de residuos sólidos, donde se controlan los contaminantes, lixiviados y biogás, para que no alcancen los suelos y la atmósfera, y donde se debe llevar un monitoreo adecuado para asegurar el buen funcionamiento.
Hasta el 2005, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), censó 95 rellenos sanitarios en el territorio nacional, siendo Puebla la entidad con el mayor número (14), seguida por Querétaro y Guanajuato (con 6) y Coahuila (5). De ellos, opinó, sólo 13 funcionan de manera regular, es decir, cumplen parcialmente con la norma ambiental que considera parámetros de distancias, sistemas de impermeabilización, de captación y manejo de lixiviados, cobertura y monitoreo, y manejo de biogás.
Un espacio de este tipo, precisó Francisco Romero, investigador del IGL, no sólo requiere del uso de tecnología, sino de la elección adecuada para la ubicación.
Las geomembranas que se colocan en el relleno para evitar filtraciones, fabricadas de polietileno de alta densidad, cubren grandes áreas y no vienen completas, sino en “trozos” que se unen: justo ahí se crean “zonas de debilidad”, en las uniones, que pueden romperse. Por ello, debe buscarse que el terreno sea impermeable para que no haya contaminación de aguas subterráneas.
Se debe aspirar a un manejo integral de residuos, a no crear basura, sino transformarla, pero para ello aún falta un largo camino por recorrer, sostuvo. Mientras tanto, sí son necesarios nuevos sitios, que se deben diseñar a partir de estudios geológicos que cumplan con el objetivo de aislar los residuos para que no causen problemas ambientales. Eso no lo garantiza la geomembrana, sino un sistema híbrido, que combina material natural impermeable como las arcillas.
La elección del sitio adecuado, abundó Palacios, también se relaciona con un fenómeno de origen antropogénico: los hundimientos diferenciales que agrietan el subsuelo, producto de la sobre-explotación de los acuíferos, que se presentan en zonas como Xochimilco y Tláhuac. Eso limita cada vez más los lugares geológicamente adecuados para estos rellenos. A eso se suma el factor de los sismos que pueden romper las geomembranas.
Estos espacios tienen un alto costo de construcción. Cada celda tiene un valor de
Pero el costo no es sólo económico, sino también ecológico. Cubrir cada capa de residuos implica el uso de “bancos de préstamo” de tierra de baja permeabilidad, de tipo arcilloso, que a veces no se encuentran cerca, o bien, tiene que arrasarse algún cerro.
La vida útil de un relleno no va más allá de 10 o 15 años. Cuando se clausura, como ocurrirá con el Bordo Poniente, se necesitan estudios geofísicos para verificar que no existen fugas de lixiviados al subsuelo y mantos freáticos, así como controlar los gases (metano principalmente), que se producen por la descomposición de residuos orgánicos sin presencia de oxígeno y que, en lugar de aprovecharse para generar energía, escapan a la atmósfera, contaminándola.
Por todo ello, lo ideal es transformar los residuos en productos aprovechables y no enterrarlos. De otro modo, periódicamente se destruirán muchas hectáreas de suelo. Para ello, se necesita con urgencia una cultura ambiental fomentada desde la niñez.
Es importante, abundó Irma Rosas, reducir los desechos destinados al relleno sanitario y aprovechar los de otro tipo. Por ejemplo, en México es mayor la producción de basura orgánica que en EU, porque se consumen más alimentos naturales. Todo eso tiene potencial para composta, aunque la degradación es diferente para un vegetal o un trozo de carne, por mencionar un caso.
Lizett Rivera también señaló la importancia de que se reutilicen los desperdicios de la construcción, aunque sólo existe una planta en el DF, la única en el país, dedicada a ello. “Es una tecnología nueva, se aplica desde el año anterior”. La meta es evitar que esos residuos se tiren de manera clandestina en terrenos o a la orilla de la carretera.
En cuanto al inminente cierre del Bordo Poniente, los expertos sostuvieron que el proceso deberá hacerse legalmente y aplicando la tecnología, y antes de construir un parque o un centro comercial en esos terrenos hay que asegurar la salida de los gases, que de otro modo serían una “bomba de tiempo”.
Fuente: Universidad Nacional Autónoma de México
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