- Según revelan estudios realizados por la investigadora del Instituto de Biología de la UNAM, Magda Carvajal Moreno
- Después de años de consumir productos como el maíz, derivados de la leche y algunas carnes contaminados con aflatoxinas, se pueden desarrollar neoplasias, dijo
- Se ha detectado que se adhieren al ADN y son abundantes en personas con cáncer de colon, de recto, páncreas, riñones e incluso cérvico-uterino, advirtió
Investigadores del Instituto de Biología (IB) de la UNAM encontraron la presencia de aflatoxinas o metabolitos secundarios de mohos, en productos como los cereales (maíz, sorgo, arroz y cebada) y sus derivados como tortillas, tamales, atole, pozole y cervezas; las especias (pimienta, curcuma, mostaza, chiles y moles); las oleaginosas (nueces, cacahuates, pistaches, semilla de algodón, cacao y chocolates) y en la fruta seca.
Cuando los animales ingieren los cereales u oleaginosas contaminados, estas toxinas pasan al huevo, a la leche y a la carne, especialmente de cerdo y aves de corral, gallina, pato y bovinos. También los derivados lácteos pueden tener aflatoxinas, ya sean los helados, pasteles, vinos, pechuga de pollo, vísceras e higos, agregó.
Las llamadas aflatoxinas son potentes mutágenos y cancerígenos que pueden provocar diferentes tipos de enfermedades como cirrosis, hepatitis, inmunodepresión y varios tipos de cáncer después de años de ingerirlas.
La encargada del proyecto Toxinas de hongos en alimentos, sus efectos en vegetales, animales y el hombre, Magda Carvajal Moreno, subrayó que cuando los mencionados alimentos están contaminados con aflatoxinas producen diversos tipos de neoplasias en el ser humano.
Hasta el momento, explicó, se ha detectado que las aflatoxinas se unen al ácido desoxirribonucleico (ADN) y son abundantes en personas con cáncer de colon, de recto, de páncreas, de riñones, de pulmones e incluso el cérvico-uterino. No obstante, se acumulan a lo largo de la existencia, y están más concentradas en adultos de más de 40 ó 50 años.
Estas toxinas se depositan en todas las células del cuerpo, un 17 por ciento se fija al ADN y el resto se elimina por la orina, los ácidos biliares, los excrementos o por la leche cuando las madres amamantan, añadió.
México ocupa el primer lugar en el mundo en consumo de maíz, y es el primer lugar en enfermedades hepáticas en el continente americano. Se estima que hay alrededor de tres mil 500 diferentes, pero las aflatoxinas son las más nocivas.
Además, adelantó, las investigaciones permitieron detectarlas en alimentos para animales. Se encontró que el 100 por ciento de la comida para gatos tiene las aflatoxinas B1, que son las más cancerígenas y perjudiciales de todas; mientras que los alimentos para perros, tienen un 79 por ciento, además de otras aflatoxinas como las G1, M1, M2, P1 y aflatoxicol.
Los seres humanos, señaló, poseen genes que producen la muerte de las células, conocidos como proto-oncogenes, que están latentes. Las aflatoxinas los activan, se presenta una mutación y se convierten en oncogenes, y hay un daño al ADN. Aquí inicia el proceso cancerígeno, se transforma la célula y después se genera el tumor primario. En este nivel los médicos ya lo detectan.
Además, las toxinas se pegan en el ADN de los millones de células del cuerpo, pero éste las puede eliminar por la orina, aunque llega un momento en que el ácido desoxirribonucleico tiene tal cantidad de moléculas incrustadas que ya no se puede restablecer y entonces inicia el cáncer, detalló.
Estas aflatoxinas son fluorescentes, invisibles, inodoras e insaboras, y son resistentes al calor. Una sopa de tortilla en el Distrito Federal, por ejemplo, se cocina a 94 grados centígrados y a nivel del mar a 100, mientras las aflatoxinas resisten 260 grados, puntualizó.
También toleran el cocimiento, la pasteurización y diversos procesos como la nixtamalización y la fermentación. Es decir, la leche se ultrapasteuriza a 160 grados por cinco minutos, en tanto que estas sustancias soportan altos grados de temperatura, advirtió.
Las aflatoxinas actúan en trazas, es decir, en millonésimas de miligramos; son insolubles en agua y solubles en solventes orgánicos como alcohol, cloroformo y acetonitrilo, entre otros.
El problema de las aflatoxinas, dijo Carvajal Moreno, se origina, sobre todo, en época de sequía. Cuando el maíz está en el campo, en lugar de que ingrese un grano de polen a la flor entra una espora de hongo, crece y se forma la toxina por dentro del grano. Posteriormente, cuando la planta es tratada con fungicidas o químicos, el hongo desaparece, pero la toxina no.
Los especialistas han trabajado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, con enfermos de hepatitis B y C, cirrosis viral o alcohólica, y se ha detectado una asociación de las aflatoxinas con la cirrosis viral, la hepatitis B y C crónicas.
En el caso del cáncer cérvico-uterino, que ocupa el primer lugar de incidencia en el país, comentó, siempre se le asocia con el virus de papiloma humano, que el hombre lo transmite y la mujer lo sufre. Pero también se puede producir por aflatoxinas de alimentos; una persona sana que no tiene relaciones sexuales con otra que esté infectada, desarrolla un cáncer por alimentos contaminados.
No obstante, alertó, no se han tomado medidas ante esta situación, ni tampoco se ha impulsado la prevención. Por ejemplo, en el caso del maíz importado, los certificados de calidad los otorgan los países vendedores, como Estados Unidos y Canadá, pero los niveles de contaminación ya no son corroborados en las aduanas mexicanas.
Es peligroso, porque se trata de producción de desecho. Por lo general, México compra al extranjero maíz grado 2 y 3, que tiene más porcentaje quebrado, con aberturas o heridas, por donde ingresa el hongo y desarrolla las toxinas.
Por si fuera poco, el grano de peor calidad se da como alimento a los animales: cerdos, vacas y pollos. De esa forma las sustancias pasan al cerdo, a la pechuga de pollo y, en general, a todos los músculos; después los consume la gente por diversas vías y los acumula en el cuerpo.
La investigadora de la UNAM, quien ha publicado en diversas revistas como Cereal Chemistry, Food Protection y Revista Mexicana de Fitopatología, concluyó que el propósito de esta investigación es mejorar y alargar la vida de la gente, así como prevenir enfermedades como hepatitis, cirrosis y diversos tipos de cáncer.
Créditos: DGCS Universidad Nacional Autónoma de México (www.unam.mx)
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