· La integrante del IIE, Lucero Enríquez Rubio, localizó 34 sonatas que demuestran que la Catedral Metropolitana era un foro de conciertos con piezas de gran valía entonces
· Pertenecen a la música profana de este periodo histórico
· Representó la mejor opción para el desarrollo musical
La integrante del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, Lucero Enríquez Rubio, encontró 34 sonatas en un manuscrito anónimo del siglo XVIII, que demuestran que, en ciertos momentos, la Catedral Metropolitana se convertía en un foro de conciertos con piezas de gran valía en la época novohispana.
La experta en música de estilo galante —corriente con características del estilo rococó que responde a la preponderancia del sentimiento sobre la razón—, e historiadora del arte, localizó el material en el archivo de ese recinto sacro.
El contexto de la Nueva España era demasiado complejo para el avance de la música de cámara, que no se danza ni se canta. En Europa, en esa misma época, esas obras eran consumidas y valoradas por los grandes diletantes como Federico el Grande, que contrató a Carl Philipp Emanuel Bach, para que fuera su maestro de cámara, relató Lucero Enríquez.
Dado que en esta región no existían conocedores o aficionados a las artes, salvo la excepción del Conde de Villalparaíso, aficionado al violín, no hay evidencia de que esta música fuese valorada en esa sociedad, aseguró.
Por esta razón, la Catedral de México representó la mejor opción para su desarrollo musical, pues contaba con un cabildo estable, un arzobispo que podía durar muchos años y, sobre todo, un grupo de profesionales permanente, argumentó.
Éstos acostumbraban brindarle servicio a la nobleza, quienes consumían piezas para sus saraos con propósitos banales, sin las condiciones para crear música de cámara, afirmó.
Ninguno contaba con un espacio donde pudiesen presentar las obras y utilizaban la Catedral como el único foro, donde ensayaban los alumnos del Colegio de Infantes. Por ello, no es casual el descubrimiento de estos manuscritos profanos.
El hallazgo
Lucero Enríquez descubrió estas obras cuando se dedicaba a dar clases y tocar el clavecín, porque siempre ha tenido interés histórico por la música antigua. Luego de una charla con un colega que le mostró las transcripciones de piezas sin aparente interés procedentes de los archivos catedralicios, al revisarlas e interpretarlas se sorprendió de la riqueza musical que encerraban.
En ese momento, relató, comenzó su carrera como investigadora, porque revisó que la música profana y la instrumentista existían en esa época; localizó un número reducido y la presentó en el Primer Festival de Música Antigua de San Antonio.
Al regreso, se comunicó con Pedro Tudor, el pianista que había realizado las transcripciones, quien le informó que la obtuvo del archivo de música de la Catedral en microfilm pero que había muchas.
Luego de una extensa revisión de los microfilmes, encontró no sólo las que había interpretado, sino un compendio completo de otras del mismo plan tonal.
En la investigación sobre las sonatas, cuando conoció el manuscrito original, que ya no se estaba en la Catedral sino en el Museo de Antropología e Historia, lo observó usado, incompleto y mutilado y faltaban las primeras 18 sonatas y comenzaba a partir de la 19.
En esos momentos, percibió que ese material estaba escrito en clave de Do en primera línea y en clave de Fa, es decir, que lo podría tocar cualquier instrumento melódico y bajo, pero no tenía cifrado armónico, como se acompañaban antiguamente.
Asimismo, se percató que por estas características las sonatas pertenecían a un sólo autor, del que se desconoce casi todo, pues no se sabe si era novohispano o si era de Italia, España o nació aquí. Además, el manuscrito es obra de un copista, pues las anotaciones se distribuyen perfectamente a lo largo de la partitura, está foliado y al final de cada obra, se anota el número de compases, casi sin errores.
Por el tipo de recursos, se deduce que fue escrito por un violinista, sobre todo por el intercambio de voces y de tonos lentos y rápidos, estructurado en sonatas de corto formato –binarias, ternarias, pluriseccionales y cíclicas–, especificó.
La edición que presentó Enríquez Rubio en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, contiene el trabajo distribuido en diferentes libros: uno detalla las introducciones en donde se explica la historia de los manuscritos y la metodología utilizada en la investigación y en otro se presenta una copia facsimilar del manuscrito original.
Uno más, inserta la partitura editada con criterio URTEXT –una versión impresa que intenta reproducir la intención original del compositor los más exacto posible–, donde se muestra una cifra para el bajo continuo y la propuesta de realización armónica, así como un juego de particceli. Además, incluye el disco reimpreso, grabado en 1996, mismo que obtuvo el premio único en el Tercer Concurso de Música de Cámara, convocado por la Dirección General de Actividades Musicales de la UNAM.
La grabación de las 34 sonatas corrió a cargo del Trío Barroco de México, integrado por María Diez Canedo (flauta travesera barroca y flauta soprano de pico), Abraham Rechthand (violín), la propia Enríquez en el clavecín y la invitada, Gabriela Villa (viola da gamba).
Créditos: DGCS Universidad Nacional Autónoma de México (www.unam.mx)
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