Una característica propia de los humanos es admirar a aquellos semejantes que por su valor, inteligencia, solidaridad o abnegación han realizado aportaciones a la humanidad. Es honesto tener presente y aprender de quienes se han destacado del común denominador de las personas, porque cada vez que alguien brilla, se convierte en un acicate que nos recuerda de lo que somos capaces, como ya lo hemos tratado en otras ocasiones, sólo ocupamos una mínima parte de nuestra capacidad en todos los sentidos.
Benito Juárez es el único Presidente de México de origen indígena, sus raíces zapotecas lo acompañaron toda su vida. Para un pueblo, como México, que permaneció 300 años en la esclavitud y casi todo el siglo XX en una dictadura de un sólo partido político es entendible que la figura de Benito Juárez vaya más allá de las dimensiones de los héroes nacionales.
Ahora resulta que aquellos que combatió Benito Juárez hace más de un siglo hoy también lo tomen como estandarte y bandera electoral.
Por lo anterior es lamentable que Benito Juárez y su obra sea tomado como una figura semidivina o como un cruel demonio, ambas posturas no permiten dar la justa dimensión a la herencia juarista, la cual es preciso decir, necesita ser valorada, porque como es normal en parte de sus propuestas han sido rebasadas por el tiempo, pero que en otra parte de su obra aun contiene "gran carga de futuro" que bien se debe aprender para no cometer los mismos errores.
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